Sin espuma
Por lo demás, toda su vida es un invento. De todas las clases existentes de mentiras, ella es la más rara. No hay acaso nada que la una a un presente o, al menos, a un haber existido en forma y tiempo real.
Tiene padres, tiene una fecha (con día, mes, año y hora) de nacimiento, tiene una hermana, una casa, un ex novio, dos o tres amigos pero, aún así, no existe.
La idea de la existencia puede ser bastante efímera. Acaso, ¿Existimos porque otros nos pueden ver? Posiblemente no. Pero para que se pueda decir que alguien ha existido, es menester poder entablar una conexión entre la persona y el mundo que la rodea. Pues esto, de esta manera, es imposible con ella.
No ha tomado nunca un riesgo, ni siquiera ha cambiado de lugar los objetos de su habitación, porque ésto significaría romper la rutina. Nunca ha enfrentado la vida de esa manera que se la enfrenta cada tanto: sin pensar exactamente qué se va a hacer cuando se esté frente a ella .
Tiene los libros, sí. Se conoce de memoria todas aquellas hermosas teorías, que ha rescatado de manuales. Conoce, de eso doy fe, las palabras más extrañas y sabe, para su beneplácito, cuándo es el justo momento de insertarlas. Pero fuera de ello, no sabe nada.
No tuvo nunca un deseo propio. No ha acariciado sueños, ni ansias de libertad.
Su cuarto, bunker de la perfecta soledad, tiene las paredes rosa chicle y una guarda con flores color naranja. No sólo no hay nada que convine, sino que es horrible; de seguro no le importa, no hay manera de que le importe en absoluto. Sobre el escritorio una vieja máquina de escribir que, aunque nunca la usa, siente le da un aire de viejo escritor importante. Al costado derecho del escritorio, sobre un mueblecito de caña, seis discos ordenados de perfecta manera hacen las veces de adorno y de discos.
Por lo demás, nueve o diez trajes, no más (¡para qué más?). Todos con un parecido increíble, que dejan en claros cuáles son su pretensiones en la vida: colores neutros, modelos nada ávidos y, cómo era de esperar, repetidos y viejísimos.
Cada día es un calco, una burda repetición del anterior. Nada hay para descubrir, nada para inventar. Su cabeza no cavila, ni por un segundo lo hace, en salir de la casa y caminar sin rumbo. No se le atraviesan por la mente momentos de correr sin rumbo hasta llegar a una plaza y dejarse caer en el pasto. No se le ocurre perder la noción del tiempo. No piensa que de vez en cuando debería perder algo, para descubrir por vez primera, que ha faltado a sus propias leyes, que ha roto, al fin, la triste rutina.
No entiende que vivir es sufrir. Que cuando se sufre se ama más la vida, se desea más vivir.
No se le ocurre hasta que encuentra la verdadera rutina.
Ese letargo eterno, gris, lleno de polvo y muchos, muchos metros bajo tierra
Ilustra Giuseppe
¿Acaso no somos espíritus que han tomado un cuerpo, una apariencia, y que luego se disuelven en aire y en invisibilidad? Thomas Carlyle.
Saludines!