Creo que no puedo parar. El corazón no me permite parar ya.
Hay algo, un no sé qué, que no me deja salirme con ligereza.
Me fastidia. Me fastidia el verme, someramente en ocasiones, profundamente en otras, bajo la carga de la estupidez supina.
Después de tratar durante todo el día de ser mejor, mejor en mil aspectos, la realidad me enfrenta a lo mismo: no he cambiado en nada ni me he vuelto mucho mejor en nada.
De hecho, con toda sinceridad, me siento bastante hortera. Debe ser porque es viernes y porque, realmente, estoy muy perdida por estos días. Perdida en mí, pedida en los días, perdida en todo tipo de imbecilidades .
Durante las últimas horas he intentado romper un poco con el sentido lúgubre que siempre arrastro, pero ésto, da cuenta de que no lo he logrado.
No me siento mal por ello. No me siento mal por no escribir algo bello. O algo digno de memoria. Y creo que la falta de malestar, radica en que lo que escribo en este momento, hace a las veces de catarsis y de confesión profunda.
Los últimos días he salido lo justo y necesario. No me he aproximado a personas sobre las cuales haya tomado decisiones rotundas, porque éso, sería ponerme en jaque nuevamente. Pero he cometido un error quizá peor. He deseado y he creído en mi destino o, al menos, en “éso “ que yo llamo “mi destino”.
No digo que haya estado mal, pero me ha lastimado de lo lindo. Y, en sano juicio, no creo que me haya hecho del todo bien aunque, de seguro, no me ha hecho del todo mal.
Me preocupa la especie de obsesión que monto por estos días en todo. Por momentos, hasta me irrita. No entiendo con certeza qué es lo que espero poniéndome en lugares tan poco comunes, con personas estrafalarias y es situaciones irrisorias. Pero, lo más difícil de explicar, es por qué esas cosas sólo habitan en mi mente. Ayer me propuse practicar Meditación Dinámica, con el único fin de dejar un poco en paz a mi cerebro, aún no lo he hecho y siento el peso en los hombros de todas las cosas.
Ayer descubrí algo, me llegó como suelen llegar las cosas maravillosas -en momentos extraños y cuando uno está desprevenido-, al contemplarme descubro que nunca he conocido a nadie con decisiones tan claras, pero con tan pocas fuerzas para llevarlas adelante.
Es triste, tristísimo diría, pero lo peor de todo sería ni siquiera darse cuenta nuca en la vida.
Ahora, pesa un poco menos.
La noche me trajo el llanto.
Vi aquello en lo que no me quiero convertir.
Pero hacia dónde corro a toda prisa.
Me lacera el cuerpo el sentirme inerte.
Sentirme igual que la gente que detesto.
Muerdo los puños, siento el miedo
¿Qué hay de realidades en estos momentos?
Anelo el silencio, quiero abrir la jaula.
Quiero dejar al espíritu volar libre.
No me preguntes cómo,
pero necesito quebrar los artificios.
tal vez la única manera, es volverlos reales.
Muerdo los puños, siento el miedo
¿Qué hay de realidades en estos momentos?
¡Lo habrá sentido alguien antes!
no es normal que el arte no pueda curarme.
quizá, sólo es el día.
Espero que lo sea.
Espero que este día sea el incurable,
Pero no toda la vida.
Muerdo los puños, siento el miedo
¿Qué hay de realidades en estos momentos?
Lenta, la lluvia arrasa el dolor. La noche que converge se lleva para siempre cualquier signo del pasado.
Dos o tres voces se oyen a lo lejos, pero no sabremos (nunca sabremos) qué es lo que dicen. Se lleva la tormenta repentina mi alma, o al menos, lo que queda de ella. Se extienden Inevitables, los segundo que se volverán horas y al fin, muerte. Mi mente es recorrida por momentos por múltiples e imperceptibles recuerdos.
¿Quién seré en este instante? ¿Qué seré cuándo llegue el alba?
Restan sólo algunas horas y no puedo esperar para descubrir el misterio en el que me convertiré en poco instantes.
Mis ojos se mantienen perplejos, apenas un haz de luz ilumina la habitación. Se aproximan las horas de la mañana y casi no quedan vestigios de la vida anterior.
No he dormido ni por un instante, así que no diré que “he despertado para descubrir”, simplemente diré que he descubierto, casi ya sin asombro, todas mis mutaciones.
En las primeras horas de la madrugada, mi piel, disfraz de mi cuerpo, se ha desprendido por completo, dejando al descubierto la carne viva. Como el fénix, que renace de entre las cenizas, lenta, pero constantemente, se ha regenerado. Su color no es el mismo, es mucho más blanco (ahora es blanquísima).
Llueve, o al menos eso creo. Las gotas se apresuran a mi ventana y salpican mis ojos (que ya no son los míos), la lluvia los abraza (¿o serán lágrimas?). Han cambiado. No lo veo, nada veo en esta oscuridad empero, lo siento. Siento cómo su color ha trasmutado, quizá ahora tengo ojos del tiempo.
No tengo cabello, daño colateral del cambio, pero el cuero cabelludo parece albergar alguna esperanza, al menos una muy remota.
Todo ha sido arrasado. Ha desaparecido mi soledad, se han deshecho mis recuerdos. Se ha ido todo, hasta la luz del día.
¡Es tan oscura la habitación!
No me quejo, no quiero mi puedo quejarme, porque durante años añoré el cambio que, en esta noche lúgubre, me ha sido concedido.
Lo busqué con desesperación y candor; lo esperé con rencor; lo amé, lo invoqué y conjuré con todo cuanto ha existido.
Ahora, con asco, recelo y resentimiento me adentro a la verdad: todo ha cambiado en mí. Han desaparecido los rastros de la persona que fui, las comisuras de mis labios, el color de mi sangre y hasta parte de mis recuerdos. En sana evaluación, he dejado de ser.
El día cabalga a galope, el plazo está casi acabado.
Escudriño en lo más profundo del alma, ¿qué quedará de mi?
Queda la esencia, quedan vastos recuerdo con lo que, de seguro, podré reconstruir mi vida anterior.
Queda todo, los odios, el dolor, los sueños. ¿Qué es lo que pasa? ¿No era, acaso, ésto lo que debía olvidar?.
Con devastador rencor, descubro que aún soy yo. Mi mente está intacta, todo aquello que durante las primeras horas de la madrugada pareció desaparecer del espíritu, ha vuelto y con doble fuerza.
Conservo mi edad y mis sueños de gloria. Llevo con horror el peso en mis hombros de aquellos que me antecedieron. Al parecer, he sido capaz de liberarme de todo cuanto no me importaba. En vano han sido los esfuerzos; porque en estas difusas tinieblas me encuentro enfrente de mí misma: no ha mutado mi alma, no ha cambiado mi ser.
Es posible, que ahora nadie me reconozca, pero eso no es un cumplido. Porque yo, la única persona que debía olvidarme, me recuerdo con más frescura que nunca.