No podría contar nada de ese día hasta cinco minutos antes de que ocurriera el “encuentro”.
Mi hermana, mi padre y yo, corríamos por la casa cual tierna escena de película.
Los tres, jugábamos a ser felices, al igual que lo hacíamos todos los viernes por la noche. Nos escondíamos, nos asustábamos, corríamos de un lado al otro de la casa, que para nosotros, sus únicos tres habitantes, era demasiado inmensa.
De repente los perdí de vista, era como si se los hubiera tragado la tierra, como si nuevamente me abandonaran. Entonces, entré en el pánico que aún hoy siento cuando me encuentro o me creo sola en el mundo. Corrí a uno de los cuartos. No lo recuerdo con exactitud, pero debajo del colchón había alguien. En ese momento estaba segura de que eras vos. Despacio comencé a acercarme a la cama, hasta que de pronto, de atrás de una pared saliste.
Tal vez no era el diablo, pero la mente confundida de una nena de 4 años, que apenas podía hablar y que era asquerosamente dependiente, asumió que el que estaba debajo del colchón era el diablo, porque te aseguro que no eras vos. Por muchos años le temí a ese cuarto. Aún hoy la piel se me eriza cuando estoy cerca. No lo sé, quizá sí estaba, quizá ya no sos vos desde aquel confuso día, quizá sos vos el diablo o al menos mi diablo … pero ¿si no lo tenés vos, lo tendré yo?
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