Pánico colectivo

15 de abril, día soleado. El cielo despejado le daba a Adela la sensación de estar de vacaciones. Pero el día la traicionaba, porque a diferencia de lo que la hiciera pensar, y aunque quisiera creer que se hallaba en su Nogoyá querido, esa sensación estaba muy lejos de la real.
-¡Bourdin!, ¿Bourdin? . Pase, siéntese en la camilla. ¿Cómo anda?
- Muy bien, doctor. A parte el día ayuda.
-Y … dígame, ¿qué la trae aquí?
-En realidad no es nada, sólo una pequeñas molestias. Pero a mi edad, vió como es, todo parece tremendo.
-¿Sabe que vamos a hacer?, le vamos a dar una orden para una ecografía, por las dudas. No vaya a ser cosa que …
23 de abril. 7:45 horas, el teléfono suena con una música histérica que saca a Adela Y A Brin de la cama. Desde luego ese era el propósito que debía cumplir esa mañana.
-Odio estos aparatos nuevos
-Igual en algún momento nos teníamos que despertar. ¿Estas preocupada, nerviosa?
-No, querida
Una hora más tarde, nieta y abuela entran en la clínica. Una hora y media después de haberse despertado Brin es citada por el médico para hablar de su abuela. Una hora y cuarenta y cinco minutos después Brin sale del consultorio. Adela la espera afuera. Brin la evita con la mirada, camina de su brazo, pero sin decirle de qué hablaron con el doctor.
¿Pasó algo?, pregunta Adela
Brin lo piensa dos segundos y esboza una muy mal esbozada sonrisa. Cómo mentirle. Adela la había prácticamente criado, cuando su madre se había ido a recorrer el mundo con esos charlatanes, luego de que su padre los hubiera abandonado a los tres (contanto a Paul, su hermano). Cómo mentirle a esa mujer maravillosa que la había amado más de lo que se había amado a ella misma.
-Nada abuelita, no pasa nada. Recién en un mes tenés que volver.
“Nada abuelita, nada”. Si al menos se le ocurriera algo mejor. No pasa nada. Lo que tendría que decir: ya no hay nada más que hacer. La decisión la toman otros, Adela muere pero nunca confiesa sus arrepentimientos, quizá nunca supo que su corazón estaba a un paso de detenerse.
André: 48 años, separado, dos hijos, nueva pareja, tez morena, verborrágico, insoportable en ocasiones, completamente solo en el mundo.
El cigarrillo de los 9 año, el principio de su inevitable final.. Ahora, después de casi cuarenta años de vicio, el alquitrán, el hidrocarburo, la nicotina, el neuroendocrino, el fenol, el cresol, la naftilamina, entre otros componentes, por fin habían hecho efecto. Cáncer, diagnosticó el doctor. Nada debió preguntar André. Sencillo: de pulmón, se dijo a sí mismo. Ya no hay nada que hacer, se repetió cada mañana y cada noche siguientes.
La reacción fue única. Su silenció era lo mejor que tenía. Las noches lo encontraron siempre en su casa en una completa y aliviante soledad. Justo como quería estar cuando se separó de su esposa, y justo como quería estar cuando dejó a sus hijos abandonados. Pero, no como esperaba estar en las vísperas de su muerte. Tal vez lo merezco. Sí, seguro lo merezco, se repetía durante toda la noche.
Evaluaba las cosas y ya no tenía duda alguna, solo y en silencio decidió afrontar las cosas. ¿Para qué decírselo a alguien?. Quizá siempre supo, o quizá sospechó de ante mano, que nadie acudiría. Mala suerte, además mamá también murió de cáncer. No hay chances. ¿Porqué decírselo ahora a los chicos?. En ningún momento tuvo duda alguna, es el mal karma que acompañó a la familia desde siempre, desde las tristes tardes con Adela, desde los días plagados de odio a la maldita vieja. <>, entre piensa y regaña. Hasta su enfermedad le fue vedada, para que no sufriera. Pensar que nadie tuvo porque saber su verdad y con un mísero acto de voluntad logró redimirse. La muy maldita murió y hasta la extrañan.
Mala la suerte de André, los vestigios del odio que su propia madre fomentó, no hicieron más que dejarlo morir sólo y totalmente conciente de su enfermedad. Hasta el último momento supo que había llegado el final.

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