Dadaítas

La vida, la vida una droga que canula mis venas.
Es tan fácil ser feliz, y siempre complicándolo tanto. ¿Conocerás la felicidad? …
De las noches de encierro y llanto nada queda. No queda tu nombre ni tu vos, ni siquiera me guardo los recuerdos, que a menudo llevo conmigo.
De los inextricables días, nada me queda. De cuando las cuatro paredes de mi habitación eran todo lo que me contenía en el día ¿y por la noche?. .. Por las noches el mundo entero era el límite. De esos, esos días nada me queda.
Y de tu boca que ocasionalmente supo ser mía, nada me no hay na ya. De la mirada más ingrata que me regalaste entre risueñas copas, nada, pero absolutamente nada, pude guardarme.
Cuando vuelva mil siglos atrás, cuando compruebe que eso es más que imposible, seguro estará bien despertar, descubrir que el mundo se va.
De las mañanas en que los benditos rayos del sol me daban la bienvenida de la calida calle, posiblemente nada retenga. Cuanto menos de los nombres que amé y que hoy ya no son nada. Cuanto más de esas voces que juraron todo.
De los ánimos que quiero recobrar, del sucio rock y las frías calles, de que me amparen tus sabios y drogadictos consejos, de que me brindes lo más hermoso que brotó de tu piel, de eso nada creo recuperar.
Tus ojos, cuando me dabas las pocas buenas noches que me dabas, las veces que me diste y me quitaste la vida, de seguro, y sobre todo, eso nunca me lo vas a devolver. Perderme en la calle más desierta. Desear escribirte el libro de tus sueños, y leerte a tu odiado Borges. Entre lo que nunca voy a recuperar está tu mano que me puso el collar, el cual creo tampoco voy a encontrar.
De los pecados más hermosos que seguro llevo, y que siempre me traen el dolor de haberlos deseado, te llevo a vos. Ser único, entre los seres de la tierra, quizá el menos perdido del mundo, pero el error, ese error, de seguro ya lo hemos perdido.
Blanco, blanco y negro, amarillo o naranja, gris pálido e infelices, todos ellos. De sus arrumacos y del amor que les juré, nada queda en mi corazón. De sus pieles y sus ásperas lenguas nada dejé dentro de mi.
Nada puede haberme quedado al final. Y hoy, sabés ser un lindo verdugo que muta y se convierte en mi, y en todos mis alteregos.

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